jueves, 6 de enero de 2011

Bibliografía

Alcántar Gutiérrez Ma. Amelia. Santa Anita de los camotes, SIMA, Guadalajara, 2003.

Cajas No. 3 y 5, noticias de Santa Anita. Topografía del curato de Tlajomulco, por Fray Alejandro Patiño. Archivo Histórico de Zapopan.

Casas, Bernardo Carlos. Pinceladas Históricas de Santa Anita, Tlaquepaque. H. Ayuntamiento de Tlaquepaque 95/97.

Casas Bernardo Carlos. Efemérides de Tlaquepaque. H. Ayuntamiento de Tlaquepaque Jalisco. 1988-2000. Año de 1988.

Cervantes, Fray Rafael. Nuestra Señora de Santa Anita. Breves puntos históricos. Zapopan.

Palacios y Basave, Luis del Refugio. Atlixtac. Nuestra Señora de Santa Anita. UNED, Guadalajara, 1988.

Notas históricas de la población



La Guerra de Independencia llegó de manera incipiente al poblado de Santa Anita, el ocho de julio del año de 1823, las autoridades del pueblo y el sacerdote encargado del convento, por votación unánime decidieron unirse al federalismo. Un extracto del Acta de Adhesión que redactaron, dice así:

En el pueblo de Santa Anita Atistac, á los ocho días del mes de junio de 1823.
Estando en los corredores de las Casas Consistoriales los Señores Alcalde, Comandante Rafael Álvarez Tostado, los regidores Procurador Síndico, el Reverendo padre Fray José María pérez, teniente de Cura /…/ se leyeron los Antecedentes de éste subsecuentes a la destronación del antes proclamado Iturbide /…/se resolvió, que por medio del correspondiente oficio se comuni-
que al Excmo. Sr. General Gefe (sic) Político de la provincia, la buena disposición de este vecindario, para sostener el Sistema adoptado por la Excma.
Diputación Territorial /…/ (H. Ayuntamiento 95-97;20)

El documento está firmado por fray José Ma. de la Trinidad Pérez, Susano Hernández, Ricardo Rodríguez, Bruno Ladino, Antonio Álvarez Tostado, Manuel Castellanos, Marcos Macías, Pedro Lorenzo Luévano, José María Ramírez, Juan Sánchez, Francisco Arteaga, Isidro Meza, y Bruno Cosío, secretario. (Carlos Casas, Bernardo, 95/97; 20)


Anteriormente a la Guerra de Reforma, los sacerdotes tenían entre sus deberes bautizar a los niños y consignar en un libro la fecha del nacimiento; ellos eran oficialmente los encargados de llevar el conteo de los censos de población. Con la separación de la Iglesia y el Estado, los cambios en la política del país llegaron también para Santa Anita, los frailes perdieron la autorización de registrar los nacimientos y el Registro Civil tomó esa responsabilidad.


En el siglo XIX, en 1840 se estableció la primera escuela municipal en el pueblo, se desconoce el nombre de las primeras maestras. (Casas, Bernardo, 95/97; 23)
En la Guerra llamada de Los tres años (1858-1861), La pugna entre liberales y conservadores tuvo uno de sus escenarios en las cercanías de Santa Anita. El veintidós de julio de 1858, salió de Guadalajara una tropa de 1 050 soldados al mando del conservador Francisco C. Casanova. Llevaban siete pesados cañones y al llegar a Santa María Tequepexpan, atacaron a cincuenta soldados armados solamente con rifles. Silverio Núñez, soldado liberal, se encontraba en Santa Anita con un piquete de subordinados y envió como refuerzo a cien de ellos con carabinas en auxilio de sus compañeros, pero fue inútil, todos murieron ante las balas de los conservadores.


El primero de agosto de 1860 los pobladores de Santa Anita vivieron una experiencia singular, al ver que por las calles del pueblo venía en tropel, una caballada con hombres armados. Después se enteraron que los hombres estaban bajo las órdenes de los generales liberales Pedro Ogazón, Ignacio Zaragoza y Plácido Vega.


La tropa tomó al pueblo de Santa Anita como centro de operaciones para planear y fortalecerse de provisiones y descanso, porque deseaban recuperar la plaza de Guadalajara en poder de los conservadores. Severo del Castillo estaba al mando de la tropa por el bando de los conservadores y ante la amenaza de las tropas de los liberales, tal vez por táctica bélica, dejó el centro de la ciudad de Guadalajara y se apostó con sus soldados en la garita de Mexicaltzingo. (Carlos Casas, Bernardo, 1988; 61).


Un poco antes de la llegada de las tropas liberales a Santa Anita, los salteadores y las gavillas habían hecho del pueblo y sus alrededores un botín de presa, se repetían constantemente los asaltos a los arrieros y a los cocheros. Se tiene documentado que el trece de enero de 1860 una turba de bandoleros entró al pueblo y causaron robos en las casas de varios pobladores.
El 18 de enero de 1860, unos arrieros iban con sus burros cargados de mercancía hacia Colima, tal vez con semillas, leña y carbón, cuando sorpresivamente los asaltantes les quitaron todas sus pertenencias. El nueve de marzo, el pueblo pidió protección a las autoridades de Tlajomulco y fue ordenado por el gobierno, un piquete de soldados con mayor grado para proteger a la población. (Carlos Casas, Bernardo, 1988;17-29-31).


El veintinueve de octubre de 1860, el bandolero llamado coronel Antonio Rojas, quemó el templo de Nuestra Señora de Santa Anita con la intención de destruirlo, el incendio alcanzó parte del convento de los franciscanos.




El gobierno arrebató a los clérigos y a los religiosos la actividad del registro de nacimientos, para este pueblo eran anotados en manuscritos conventuales con jurisdicción en Tlajomulco, a quien pertenecía legalmente el territorio de Santa Anita.

El Libro Número Uno, con el Acta Número Uno, existente en el Registro Civil de Santa Anita, empezó a tener uso el treinta de enero de 1866, fecha en la que curiosamente no se registra el nacimiento de un santanitense, sino el de de una niña nacida en San Agustín, a la que pusieron por nombre Anastasia Romero Pérez. En ese tiempo aún no se mencionaba al documento como un registro de nacimientos, seguía en uso el nombre de Partida de Bautismos, como le habían llamado tradicionalmente los religiosos.

El devenir histórico para este pueblo, saqueado muchas veces por soldados, igual que por revolucionarios y por bandas de gavillas, obligó a la población a construir una cárcel rudimentaria en donde eran retenidos temporalmente aquellos delincuentes que caían en manos de los representantes del orden. Se desconoce en qué año se construyó la cárcel para quienes cometían faltas menores contra la sociedad, pero se tiene noticia de que en el año de 1887, según informe del gobierno de Francisco Tolentino, en este poblado techaron la cárcel y el juzgado. (Carlos Casas, Bernardo, 1988;27) Para esa fecha ya había un juez de paz para guardar el orden en el poblado.

La falta de higiene y de servicios médicos provocaba enfermedades en los pobladores, el veinticuatro de enero de 1903, el doctor Ramón Gómez informó al Comisariado de Santa Anita, Margarito Rodríguez, que había detectado la fiebre tifo entre la población. Inmediatamente el comisario ordenó que se aislaran a los infectados, así como las vasijas de sus alimentos, y que se desinfectaran sus pertenencias. (Carlos Casas, Bernardo, 1988; 19).

El inicio del siglo veinte trajo novedades territoriales para esta población, con fecha del diecisiete de septiembre de 1904, el gobernador Ahumada, por decreto Número 1061, estableció en la ciudad de Guadalajara la siguiente orden:

La Comisaría de Santa Anita, que actualmente forma parte del Municipio de Tlajomulco del séptimo Cantón, pertenecerá en lo sucesivo al Municipio de San Pedro, del primer Cantón del Estado. (H. Ayuntamiento 95-97; 30)

Con esa disposición legal, el poblado de Santa Anita, que legendariamente había pertenecido al territorio de Tlajomulco, pasaría a ser desde esa fecha, parte del Municipio de San Pedro, Tlaquepaque.

El desarrollo tecnológico, dio muestra entonces de un adelanto novedoso, que sirvió para aligerar el trabajo físico de las mujeres de esta población. El diecinueve de diciembre de 1907, se estableció en Santa Anita el primer molino de nixtamal, que fue concesionado por las autoridades de San Pedro, Tlaquepaque al señor Daniel Tornel, quien lo estableció por la calle Corona, esquina con la calle Colón. Esta novedad trajo aparejado el hecho de la aplicación de la máquina de vapor para mover el molino, utilizando el llamado gas pobre: el carbón.

Años más tarde, la Revolución Mexicana que dio inicio en 1910 en México, involucró en este pueblo a pobladores cuyos nombres actualmente resultan en su mayoría desconocidos. De los que sí se conocen, se han vertido comentarios a favor o en contra, porque siempre hay opiniones que bien los pueden ponderar, o también los pueden desvirtuar.

Durante el periodo de la Revolución Mexicana, el veinte de febrero de 1912, soldados de Gómez y de Zapata se dejaban ver de manera apacible por las calles de esta población. Bernardo Carlos Casas (1988; 25) apunta que su indumentaria revolucionaria consistía en: sombrero ancho, paliacate rojo al cuello, calzón y camisa de manta, su carrillera cruzada en el pecho y calzaban huaraches con correas que se unían a partir de tres agujeros en la suela.
El movimiento Revolucionario llegó a Santa Anita y Mariano Ortiz Vizcarra, descendiente de una familia adinerada en el pueblo, se unió a las tropas de Álvaro Obregón en las que militaba también Lázaro Cárdenas del Río. José María Moreno Chacón fue otro revolucionario santanitense, pero él se uniría entonces a las tropas carrancistas.

Se cuenta que por ese tiempo, llegó a Santa Anita un revolucionario simpatizante de Emiliano Zapata, llamado Francisco del Toro quien intentó quemar el portón del templo, que estaba cerrado para evitar las arbitrariedades que pudieran darse en él durante la revuelta revolucionaria, se dice que este bandolero ordenó que rociaran con alcohol al portón para quemarlo, pero que este químico sólo levantó ámpulas en su superficie. Se documenta que en Tonalá este mismo revolucionario quemó los archivos municipales. (Carlos Casas, Bernardo, 95/97; 31).

En el devenir histórico de la población, los religiosos franciscanos han mantenido un sumo interés por conservar de manera escrita los aspectos históricos que atañen directamente a la edificación y conservación del templo y de su convento. A fray Luis del Refugio Palacio y Basave, Presidente del Convento de Santa Anita en 1916, e historiador de Zapopan, se debe principalmente una de las fuentes de conocimiento más importantes sobre lo que fue el antiguo Atlixtac y Santa Ana Atlixtac, posteriormente denominado poblado de Santa Anita.

Los sacerdotes franciscanos fueron también solícitos enfermeros en la atención de los pacientes del hospital y en el transcurso fatigoso de la peste de influenza, o gripa española que asoló a esta población en el año de 1918. Los enfermos sentían un daño generalizado en su cuerpo, tosían y estornudaban continuamente por lo que el contagio quedaba esparcido en el aire, y al respirarlo las personas sanas eran contagiadas del virus. El periodo de incubación duraba de uno a tres días; los síntomas eran: fiebre muy alta, dolor de cabeza, de huesos y de articulaciones.

La primera víctima de la influenza murió el tres de marzo de 1918 y la peste duró hasta el 17 de diciembre de ese año. Invariablemente se anotó como causa de la muerte en todos los casos, el nombre de neumonía; después se supo que era la enfermedad de la influenza. El mes de noviembre fue en el que hubo mayor número de muertes a causa de esta enfermedad.

El Comisario Municipal en ese tiempo era el señor Juan Partida, se cuenta que a las cuatro de la mañana pasaba diariamente en su carreta por las calles para recoger a los muertos. Durante el día se dedicaba a cavar pozos en los linderos de la población para depositar los cuerpos de los fallecidos, sin poder darles sepelio individual, y anotaba en el Registro de Defunciones los nombres de quienes habían muerto; pero había casos en los que desconocía los nombres y su registro era omitido.

Murieron habitantes de todas las edades, desde días y meses de nacidos, hasta adultos, hombres y mujeres. La edad mínima registrada fue de niños que tenían días de nacido, hasta un hombre de setenta y seis años, y una mujer de setenta y nueve años. El pueblo era pequeño y ante esa cantidad de muertes, quedó desolado.

Palacio y Basave por su parte, reseña que a causa de esa peste todas las casas estaban convertidas en hospitales, pero sin médicos para atenderlos, porque los enfermos pasaban el día y la noche sin poder tomar agua, medicina, ni comida, ya que había hogares en donde todos sus ocupantes estaban enfermos y postrados en cama. Los sacerdotes no podían darse abasto para atender los estragos de la epidemia, en un solo día se contaron por dieciséis los fallecidos en Santa Anita.

En tanto duró la peste, el culto en el templo estuvo cerrado. Plenos de fervor y profundo dolor, los feligreses consiguieron licencia para que la imagen original de Nuestra Señora de Santa Anita recorriese el pueblo para acabar con la peste. Desde Guadalajara el mismo fraile Luis del Refugio Palacio y Basave autorizó la petición de los pobladores y entre quejas y llantos, la Virgen de Santa Anita recorrió en procesión al devastado pueblo.

El padre don Manuel Ortiz recibió de regreso a la Sagrada Imagen en la Casa Parroquial, por estar vedado el uso del templo para cualquier oficio religioso. Al otro día que peregrinó la imagen de la Santísima Virgen por las calles, sólo murieron dos personas más y al siguiente día cesó la peste y la mortandad. (Palacio, fray Luis del, 1988; 126-127) Tal vez como resultado de la peste, cuando una persona estornudaba la gente más próxima le decía Jesús te ayude, porque recordaban lo sucedido con la influenza y encomendaban a Dios al enfermo. Actualmente se dice salud a quien estornuda.

Para ser documentados los estragos que causó la peste en esta población, la investigación requirió una consulta aproximada de doscientas cuarenta y cuatro actas de defunción, Según datos que aporta Ma. Aurora Alcántar Gutiérrez, cronista de este pueblo, que fue quien los recopiló directamente de los Libros de Defunción y que obran en poder del Registro Civil de Santa Anita.

Otro acontecimiento histórico digno de mención en este pueblo fue la Guerra Cristera, (1926 a 1929) Este movimiento de rebelión de los católicos ante el gobierno también tuvo su liderazgo, aunque fugaz, en Santa Anita. Aquí surgió un brote de lucha cristera con una mujer valiente llamada María Catalina Chacón Martínez (1901-1984), mujer de clase acomodada, quien se hizo acompañar por algunos hombres del pueblo, entre ellos su hermano Ángel Chacón Martínez y el señor Félix Tornel, para involucrarse abiertamente en esta lucha contra la federación y el gobierno estatal, que prohibieron realizar los servicios religiosos en los templos, a causa de la Ley Calles. (Véase el texto: Santa Anita de los camotes, de Ma. Amelia Alcántar Gutiérrez)

El culto en los templos de Santa Anita también fue cerrado, la misa era oficiada por un sacerdote que venía de San Pedro, Tlaquepaque; se efectuaba en casas particulares y a escondidas de las autoridades del poblado. Los lugares en los que se recuerda que era celebrada la liturgia en este pueblo, eran la casa de los padres de La cristera María Catalina Chacón Martínez, que estaba en donde ahora se encuentra el Asilo para Ancianas; y en la casa de Adela González, por la calle Colón.

Las ameritadas maestras del pueblo María del Refugio Sánchez y Elvira Zepeda Moreno, seguían de manera infatigable y valiente sus enseñanzas de lecto- escritura, con la introducción subrepticia del catecismo; acción virtualmente penada por el gobierno.

Después de ese movimiento, al calor de los ideales en la defensa de las creencias religiosas que los mayores habían enseñado a sus hijos, Santa Anita quedó en paz. El trabajo en la agricultura y la cada vez más importante producción del camote tatemado, marcaron un sello para el pueblo, que así lo distinguió de los pueblos circunvecinos.

El reparto agrario de las tierras para los campesinos se cumplió por parte del gobierno federal, los ejidatarios de Santa Anita recibieron los primeros terrenos para dedicarlos a la agricultura, el día veinticuatro de noviembre de 1927.
El tiempo siguió su marcha inexorable y llegaron transformaciones para la Santa Anita de mediados y fines del siglo XX. En el asomo de la modernidad algunos cambios le favorecieron y otros, los menos, puede decirse que le resultaron negativos.

El treinta y uno de mayo de 1952 se inauguró la planta de luz eléctrica para iluminar el interior de las fincas del pueblo, esa aportación de modernidad se dio por iniciativa del sacerdote franciscano fray Hilario Núñez, sin embargo los pobladores estaban recelosos de la conveniencia de establecer ese adelanto tecnológico por ser un costo elevado para su economía. El procedimiento de adquisición fue por compra de acciones cuyo costo unitario inicial era de mil pesos, pero en vista de la situación precaria de los habitantes, pronto se redujo su valor a quinientos pesos. Se formó una mesa directiva cuyo puesto central como encargado le correspondió al señor Francisco Elizalde Ocampo.

Un cambio que afectó la fisonomía exterior del templo se produjo ente los años de 1969 y 1970, cuando se empezó a planear la remodelación del atrio. El párroco fray Rubén Alcaraz Córdoba realizó una consulta verbal entre algunas familias de la población para tomar su parecer sobre la demolición de la barda circundante al frente y laterales del santuario, que era de adobe y ladrillo. La barda ya estaba en muy malas condiciones a causa del paso del tiempo y el salitre, se veía socavada en varios tramos por el uso de las ristras usadas en las fiestas patronales. Tenía además un olor maloliente, porque la gente se orinaba subrepticiamente en sus esquinas en las noches de serenata durante el novenario de las fiestas patronales.

La consulta arrojó el acuerdo de los entrevistados para la demolición de la barda, sólo se negó a ello Marianita Moreno, quien explicó al sacerdote que no podía estar de acuerdo en quitar aquello en lo que habían cooperado los antecesores de sus abuelos para su construcción. (información proporcionada por el sacerdote fray Rubén Alcaraz Córdoba) En 1971, ante el azoro de la mayoría de los pobladores, se realizó el derribamiento de la barda; se destruyó un vestigio histórico irrecuperable.

Un cambio importante que enseñoreó a la explanada aledaña de la plaza del pueblo, se presentó el diez de mayo del año de 1978, el señor Marcos Montero, Presidente Municipal de Tlaquepaque, inauguró en Santa Anita el Monumento a la Madre, el único que tiene hasta la fecha el poblado. La obra costó medio millón de pesos y fue elaborada por el escultor Juan José Méndez. (Carlos Casas, Bernardo, 1988; 42)

La creación por los años ochentas de la institución bancaria, inicialmente llamada Banca CREMI, fortaleció a los ahorradores y a los negocios de los pobladores. El banco fue cambiando de nombre, porque luego se llamó Banco UNIÓN, después Banco Bilbao Vizcaya y finalmente adquirió el nombre de BBVA Bancomer. El comercio de diferentes giros tuvo un fuerte impulso.

El interés por el beneficio comunitario empezó con profundo entusiasmo. En el año de 1981 se formó un grupo de apoyo comunitario denominado Junta de Mejoramiento Moral Cívico y Material de Santa Anita, con el reconocimiento oficial del Ayuntamiento de Tlaquepaque, a grado tal, que el diecinueve de febrero de 1981 a este grupo le fue autorizado por el cabildo municipal, que cobrara a los pobladores el pago por la instalación de la red del drenaje en las calles. Entre los miembros de esta asociación pueden citarse al señor Salvador Mariscal Lazo, Alfonso Toledo Gutiérrez y como tesorera a la señorita María Luisa Leal García, entre otros.

El diez de noviembre de 1981, el Congreso del Estado autorizó con el decreto 10697 la construcción del Mercado Santa Anita, (Carlos Casas, Bernardo, 1988; 89 y 97) No obstante esa autorización por falta de presupuesto se retrasó su construcción, que tiene por cierto una duplicidad en el nombre, porque años después, ya edificado, en la placa oficial se le puso el nombre de Salvador Orozco Loreto, en honor del líder sindical de la CROC, quien falleciera el veintidós de diciembre de 1989. Sin embargo, en lo alto del edificio comercial se conserva el nombre de Mercado Santa Anita.

En 1984 se fundó el Comité Pro Derechos del Pueblo, agrupación no partidista, que pugnaba por lograr mejores servicios públicos para Santa Anita. Entre sus fundadores se menciona al señor Salvador Mariscal Lazo, a Enrique Valadez del Valle, Anastasio Marín, Rodolfo Zúñiga, J. Refugio Tornel, Fernando Bustos, Zeferino Sevilla Robles y José Castrita. Entre las mujeres puede citarse a María Guadalupe Ávila Martínez, las hermanas María Luisa y Teresa Leal García, Ana María Cornejo, Gloria Topete y Ma. Amelia Alcántar Gutiérrez, entre otros.
Esta agrupación logró con la participación popular y de las autoridades municipales de Tlaquepaque la instalación del alumbrado público, la iluminación en la plaza, la introducción de la línea de Camiones Alianza, que junto con la que era propiedad de la familia Elizalde, movían a los pobladores de Santa Anita a San Sebastián El Grande y a Guadalajara. Se logró la apertura del rastro, que estaba clausurado y se impulsó la retrasada construcción del Mercado Santa Anita.

En 1992 la imagen de la Santísima Virgen de Santa Anita recibió la Coronación Diocesana. La fama de Virgen milagrosa sigue extendiéndose por otros estados de la República mexicana, y por el vecino país de Estados Unidos. La afluencia de los Hijos Ausentes es mayor cada año que pasa, al ocurrir las fiestas patronales del 2 de febrero.

El dos de febrero de 1996, Santa Anita acarició el Récord Guinness, al colocar 98 000 macetas con la planta de nochebuena (cuetlaxóchitl) en un desplazamiento desde el crucero de la población, siguiendo en las calles de la población por donde pasa tradicionalmente la peregrinación en honor de la patrona del pueblo, hasta llegar al mismo altar de la Santísima Virgen de Santa Anita. El afamado Rancho Calderón pretendió el Récord Guinness, según consta en un diploma fechado el seis de junio de 1996, dado en la ciudad de Santa Fe, Bogotá.
En mayo de 2002 se fundó un nuevo grupo comunitario llamado Atlixtac, con pretensiones de ayuda benemérita para la población y en defensa de los derechos de sus habitantes en la prestación de los servicios que proporciona el Ayuntamiento Municipal de Tlaquepaque a Santa Anita. Entre sus miembros pueden mencionarse al doctor Francisco Elizalde Díaz, Elba Elizalde Mariscal, Ana María Cancelada, Esther Calderón y Ma. Aurora Alcántar Gutiérrez, entre otros.

El siglo XXI trajo consigo un acontecimiento religioso de singular importancia. El 29 de mayo de 2004 con la autorización del Papa Juan Pablo II, el Sr. Cardenal Juan Sandoval Iñiguez, colocó la Corona Pontificia a la taumaturga imagen de la Santísima Virgen de Santa Anita, Patrona de los enfermos.

La autoridad municipal permitió una nueva fisonomía para el jardín del pueblo, se hizo un remozamiento cuidando de respetar su trazo original, se buscó hacerlo más presentable ante los ojos de los pobladores y de los visitantes.
La Delegación Municipal fue destruida desde sus cimientos para construir un nuevo edificio que fuera más funcional para atender a las necesidades de la población. La intervención del destacado político Alfredo Barba Hernández, Diputado Federal y líder estatal de la FROC, y del lic. Miguel Castro Reynoso, Presidente Municipal de Tlaquepaque, y con el apoyo de los habitantes de Santa Anita, se lograron adoquinar algunas calles centrales del pueblo; y culminar con la construcción del nuevo edificio de la Delegación Municipal, que fue inaugurada oficialmente el 2 de octubre de 2006, fecha del aniversario de la fundación de Santa Ana Atlixtac, ahora poblado de Santa Anita.

El desarrollo de la cultura de la población ha sido paulatinamente acrecentado. En la época actual Santa Anita cuenta con un importante bastión educativo que comprende a los niveles escolares de la educación preescolar, primaria, secundaria y el bachillerato, así como escuelas de tipo comercial y de computación. Para los pobladores de Santa Anita la ciudad de Guadalajara es, desde los años setentas del siglo pasado, un núcleo de atracción para la preparación y formación educativa en los diferentes niveles de los estudios de licenciatura, maestría y postgrado.

En el ramo de los servicios públicos esta población tiene una infraestructura que requiere de mayor implementación, puesto que la venta de la tierra, otrora principalmente para uso campesino, ha cambiado con mayor facilidad de dueños y de uso, para dar lugar a la creación de nuevos fraccionamientos aledaños al pueblo, que han provocado serias deficiencias, principalmente en el servicio de agua potable.

No obstante lo anterior, el auge que tiene el comercio en general, la venta del pasto, los viveros, la pródiga producción en el campo y de una manera especial la legendaria venta del camote tatemado, todo ello hacen de esta población, un lugar con un toque provinciano al que siempre se desea regresar.

2ª. Fundación: Santa Ana Atlixtac


La llegada de los españoles trastocó completamente la vida de los indígenas y sus rituales; los sacerdotes hispanos tenían el mandato de implantar la religión católica y evangelizar en ella a los indios.
En tierras de Nueva Galicia, en el siglo XVI, los franciscanos fundaron un convento en Tlaxomulco en donde se estableció, que los frailes asignados en ese lugar serían los encargados de la evangelización del pueblo de Atlixtac.
Ante la devastación de indios ocurrida después de la Guerra del Mixtón en el año de 1541, los españoles juzgaron conveniente reubicar a los indígenas de los pueblos que ya tenían dominados y planearon tenerlos más vigilados para evitar nuevas insurrecciones. Por esa razón pensaron concentrar a la población de Atlixtac en otro lugar, para que estratégicamente les sirviera también de enlace con el poblado de Tlaxomulco. Por otra parte, el nombre de Atlixtac comenzó a ser desvirtuado en su pronunciación por los españoles, ellos reproducían muy mal la pronunciación que escuchaban de la lengua de los indígenas y empezaron a pronunciar en lugar de Atlixtac, el nombre de Tistac, o Atistac.
A esta población los sacerdotes le asignaron por patrona a Señora Santa Ana. Los religiosos y los indígenas construyeron para su devoción una pequeña capilla que fue considerada como el centro de la población y a partir de su ubicación, los franciscanos marcaron la plaza y las calles, ayudándose con lazos que dieron un trazo alineado a las llamadas manzanas, que eran grandes trozos de terreno divididos por calles paralelas y perpendiculares.
Tal vez como sucedió en el trazo de la ciudad de Guadalajara (Hernández Martínez, José, 2003), las calles del nuevo Atlixtac se formaron a partir de la iglesia como ubicación central y cada manzana fue dividida en cuatro partes, una propiedad para cada vecino, de tal manera que cada casa tenía una esquina y una entrada por cada calle que la cruzaba. Por la puerta principal entraba y salían los miembros de la familia española o criolla y por el acceso considerado lateral y de menor importancia, pasaban los criados y los animales con las carretas.
Así sería imaginariamente como se formó el croquis de este pueblo, es decir, los frailes reubicaron las toscas viviendas de los indígenas, que estaban considerablemente separadas unas de otras, y dieron origen a calles alineadas en lo que sería la segunda fundación del pueblo. Sin embargo, las casas cercanas al templo serían adjudicadas a españoles y a protegidos de ellos, y en casas más alejadas del centro, ubicarían a los indígenas.
Se cuenta que los límites de esa segunda fundación se dieron originalmente en las esquinas de las calles que actualmente se nombran así: al norte la calle Colón, esquina con Aquiles Serdán. Al sur la calle de 16 de septiembre, esquina con Agustín Rivera. Al este por la calle Morelos, esquina con Abasolo. Para el oeste el límite era la calle de 5 de mayo, en dirección de lo que fue después la primera estación de luz eléctrica del pueblo.
Después de darle trazo y forma al pequeño poblado, los frailes franciscanos se dedicaron pacientemente a instruir a los habitantes en variados oficios. Les enseñaron artes musicales, la talla de madera y nuevas formas de labranza para el campo. Formaron grupos de danzantes; de músicos y cantores para que en el templo se entonaran las alabanzas de amor al único y Dios verdadero.
Por medio de la catequización, los religiosos forzaron paulatinamente a los naturales para que fueran dejando atrás las prácticas de adoración a los dioses de sus ancestros.
Una actividad muy importante que se echaron a cuestas los frailes fue la de construir templos a lo largo de la región conquistada por los españoles, que eran dedicados principalmente a la Purísima Concepción. Enseñaron a los indígenas el arte de labrar la piedra de cantera y bajo su dirección, realizaron verdaderas obras de arte en la construcción de los primeros templos franciscanos.
La danza, como mezcla del baile profano con un motivo de veneración religiosa se introdujo en la región, y surgió la chirimía como resultado del mestizaje. Ésta se presentaba con dos instrumentos musicales de los que se obtenían sonidos
rítmicos: el traspisalis (flauta) y el tamborcillo; ambos se acoplaban para dirigir las danzas de los indígenas en honor de la Virgen. Los frailes también enseñaron a los indígenas de la región a tocar el órgano, el orlo, la vigüela de arco, sacabuches, cornetas y bajones. (Hernández Martínez ,José, 2003)
El dos de octubre de 1542 Miguel de Ibarra, Capitán y Oficial Mayor de la Villa de Guadalaxara, por orden del Gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, registró oficialmente a esta población con el nombre de Santa Ana Alt-ixtac (Atlixtac)
Esta noticia apareció dos centurias más adelante en el Archivo de Provincia y en un Libro de Patentes pertenecientes al Convento de Santa Anita, en donde se empezaron a copiar en 1761 los acontecimientos importantes relacionados con este pueblo, su templo y su convento. La información aparece en el forro de papel del libro, adherido a la badana, en el primer folio. (Palacio, fray Luis, 1931; 132)
La tradición conserva la noticia de que la imagen de la Santísima Virgen que se venera en el santuario fue entregada a la india Agustina (también llamada Justina), curandera del pueblo, por un religioso franciscano, quien llegó moribundo a su casa a pedirle su curación.
Otra versión sumamente dudosa señala que este enfermo fue el sacerdote franciscano Antonio de Segovia, quien trajo al pueblo la imagen de la Virgen, sin embargo no hay ninguna fuente que señale a la población de Santa Ana Atlixtac como el lugar en que falleció este venerable franciscano.
La tercera versión, encontrada en los manuscritos que conserva el Archivo Histórico de Zapopan. En el legajo No 5: sobre Noticias de Santa Anita (p. 7), de la Caja Número Cuatro del mencionado archivo, dice que al no haber nada escrito, ni medio alguno para demostrar lo contrario, se tiene por cierto que un peregrino español, por el año de 1542, llegó muy enfermo a tierras de Santa Ana Atlixtac, y se hospedó en casa de Agustina (o Justina), quien era la hierbera y curandera del pueblo. El religioso llevaba consigo la imagen de una pequeña virgen que portaba una pequeña candela (vela) en sus manos. El enfermo se agravó y murió, entonces la imagen quedó en poder de la indígena. El texto señala que ese peregrino fue el padre Miguel de Bolonia, el fundador y repoblador de Xuchipila, quien fundó un hospital en aquel lugar y en otros pueblos hasta la jurisdicción de Xalostotitlán.
La curandera Agustina (o Justina) tenía por costumbre al curar un enfermo, observar el rostro de la imagen de la Virgen, si éste tenía un color moreno oscuro, el enfermo moriría sin que pudiera remediarlo alguna de sus pócimas; por el contrario, si la faz estaba de color moreno natural y sonrosado, entonces el enfermo viviría, y la india lo curaba confiadamente con sus hierbas.
Al ver los sorprendentes signos de salud logrados en los moribundos por intercesión de la imagen de la Virgen, los indígenas propagaron su fama como muy milagrosa.
La devoción mariana pronto cobró auge entre las poblaciones y la religión católica se extendió rápidamente entre los indígenas. En el siglo XVII se fundó una doctrina, pequeña misión en Santa Ana Atlixtac, por lo que extendieron más la pequeña Capilla de Santa Ana. Ya en 1652 estaba terminada y decentemente habitable. (Cap. XXIII del Libro IV, Padre Tello)
El treinta de enero de 1685 se asentó por primera ocasión el registro del nacimiento de un niño en Santa Ana Atlixtac, el dato se conserva en un manuscrito en poder los religiosos franciscanos del pueblo, quienes en ese tiempo eran los que administraban nacimientos, matrimonios y defunciones de sus feligreses. El niño fue llamado Tirso Robles, sus padres eran Pedro Robles y Bruna Castillo. (Carlos Casas, Bernardo, 1998; 19)
Frente a la capilla de Señora Santa Ana estaba una Cofradía con un hospital, en donde había un oratorio dedicado a la Purísima Concepción, que después se nombró Vicaría fija. (dedicada actualmente a Nuestra Señora de Guadalupe) A esa Vicaría, con fecha del 15 de agosto de 1700, fue trasladada la imagen de la Virgen que había recibido la india Agustina (o Justina) El señor cura de la iglesia de Tlaxomulco, fray Ignacio Téllez nombró a la imagen La Purísima Concepción, abogada de los enfermos y su fiesta de celebración fue asignada para el quince de agosto, igual que el de la Señora Santa Ana, que permanecía en el templo de enfrente. Los milagros de esa Sagrada Imagen comenzaron a hacerla notable, de tal manera, que los fervorosos devotos solicitaron a las autoridades religiosas y civiles, que les permitieran la construcción de un edificio con mayor amplitud y de mejor construcción, para ser dedicado a la advocación de la Purísima Concepción.
La casa dedicada para la vivienda de los religiosos, era también en algunos casos lugar de formación para los futuros sacerdotes. Carlos III, (1716-1788), duque de Parma y Plasencia (1731-1735) y rey de las Dos Sicilias (1734-1759) y de España (1759-1788), estableció un decreto el tres de julio de 1774 por el cual dio licencia por medio de una Cédula Real, para que se construyera un convento de religiosos en Santa Ana Atlixtac. (Casas, Bernardo, 1988; 53)



A finales del siglo XVIII a la imagen de la Virgen ya se le llamaba Santa Anita. El Santuario de Nuestra Señora de Santa Anita era considerado de gran importancia para el proceso de evangelización, D. Matías Mota Padilla señala: así como a las advocaciones de la iglesia universal, principalmente la Purísima Concepción en todas partes celebrada, cuatro eran las defensas que la Providencia había querido dar a la diócesis en cuatro santuarios marianos que eran como “sus torreones”. Al sudoeste, Ntra. Sra. del Rosario de Poncitlán; al oeste, Ntra. Sra. de San Juan, al sur, Ntra. Sra. de Atistac o de Santa Anita; y al poniente Ntra. Señora de la Expectación de Zapopan. (Mota, Matías,1952; 452)



El treinta de julio de 1778, fray José Alexandro Patiño, primero asistente y luego guardián del Santuario de la Santísima Virgen de Santa Anita, envió un informe a la Real Audiencia sobre las características del cultivo y la geografía del poblado de Santa Anita. En algunos pasajes apuntó datos adjudicados al padre Tello y anotó el número de página de donde tomó la información, pero no señaló el nombre del texto. Escribió un legajo al que intituló Topografía del Curato de Tlaxomulco, que actualmente se encuentra en el Archivo Histórico de Zapopan:

En Santa Anita se siembran las mismas semillas de maíz, frijol y trigo, siendo muy escaso el producto de la primera, pues de una fanega que se dé en abundancia se cosechan 50, y de una de frijol hasta 20. El trigo rinde por una carga diez, esta semilla y el frijol son las que se producen más por ser a propósito a aquellas tierras para su cultivo. En Santa Anita se cultivan huertas de hortaliza, que a virtud del riego producen las mieses de buena calidad. Al Sur de Santa Anita hay un cerro nombrado de San Sebastián, y por el Oriente tiene tres nombrados, el primero de San Agustín, el Segundo Del Mayorazgo y el tercero de Santa Anita. Este último es muy reuco y sólo produce robles y pinos. El de San Agustín puro zacate y piedras y el Del Mayorazgo poco desigual a éstos (p.588). En Santa Anita hay tres ojos de agua nombrados, el primero la Tenería, el segundo El Barranco y el Tercero Agua Nueva. Hay además ocho pequeños que no tienen nombre y sólo se conocen algunos por el dueño de la tierra donde nacen (Caja No3, 590)

La vivienda y alimentación en los indígenas de la región

Los indígenas de Atlixtac, del Valle de Tlaxomulco tenían rústicas viviendas diseminadas por el campo y situadas a un lado de las veredas de los caminos, siempre en torno de los ojos de agua naturales, que fácilmente se encontraban entre el terreno.
Se tiene idea de que el jacal de los indígenas prehispánicos un tanto similar en la región, estaba construido con paredes de adobe no muy altas y con techumbre de paja, que después fue sustituida por maderos y tejas. Había una sola y amplia habitación que tenía esteras, petates y algunos banquillos, con una mesa de madera para la cocina. En el siglo XVI ya se usaban los pretiles, que era un sitio en donde se colocaba un bracero y el carbón, un metate, una olla y el molcajete.
Usualmente utilizaban el fogón sobre el que colocaban un tenamaxtle, éste era un objeto triangular con tres patas entre las cuales se introducía la leña, para encenderla y cocinar los alimentos; en otros casos colocaban trozos de adobe, uno sobre otro, para dar un soporte al comal en el fogón.
Sobre sus utensilios de loza y de vasija, el padre Sahagún refiere que éstos los hacían de barro, que era amasado con pelos de los tallos de las espadañas; los cocas le llamaban tezocuitl y contlalli. De ese barro los indígenas elaboraban comales, escudillas, platos y todo tipo de loza necesaria para el hogar. (Ramírez, José, 1980; 30)
Los indígenas tenían loza de barro sin engretar, el uso de este procedimiento fue conocido hasta la llegada de los españoles. Al aplicar la greta, la vasija adquiría cierto brillo y le daba una mejor presentación, además se le cubrían los poros y podían ponerla directamente sobre el fuego, sin peligro de que la vasija se reventara.
Para comer, los indígenas se llevaban los alimentos a la boca con el auxilio de cucharas, que en un principio probablemente fueron de barro y después de madera. Comían dos veces al día, una comida la daban a media mañana y otra por la tarde. Por la noche, al cubrirse para dormir, usaban una manta o frazadilla.
Los indios cocas eran muy respetuosos en su conversación sobre todo con las personas mayores, les hablaban con términos reverenciales y eran muy afectuosos con los niños. Usaban mucho la aplicación del diminutivo en las palabras, por lo que eran expresivos y cariñosos en su comunicación con los demás. Su palabra principal de reverencia era tzin (Ramírez, José, 1980; 30)
Cuando los indígenas tenían fiesta eran muy espléndidos, elaboraban en grandes cantidades el pozole, los tamales, el atole blanco, el pinole y el chocolate. Guisaban los nopales, las verdolagas, la carne de las aves de corral y la de animales silvestres de la región: como el venado, el conejo y las huilotas. Preparaban tortillas de maíz amasadas en el metate y cocidas en el comal, acompañadas del chile de molcajete; era común saborear el elote cocido, sobre todo en la época que llamaban de aguas. Bebían el pulque, el tepache y el tejuino.
Cada casa tenía uno o varios perros y dos o tres gallinas con sus polluelos, por lo que el huevo no les faltaba en su alimentación. El gato era otro animal admitido en el interior del hogar.
De las urracas y de las guacamayas tomaban las plumas de colores con las que elaboraban vistosos penachos. Entre las aves que podían encontrase en la región, pueden citarse: tordos, grullas, ánsares, patos, cuervos, gavilanes, golondrinas, tórtolas, codornices, lechuzas, murciélagos, mochuelos, garzas, grullas, golondrinas, halcones, gorriones, cuitlacoches, cardenales, cencontlatole (cenzontle).
En el monte había: liebres, conejos, gatos monteses, lobos, coyotes, zorrillos, venados, tejones, armadillos.
En ríos, lagunas y aguas dulces se pescan: bagres, truchas, pescado blanco, mojarras, charales y otros peces.
De los animales nocivos al hombre había: alacranes, víboras de diferente tipo, como la de cascabel. De la mordedura de víbora se curaban chupando el veneno y escupiéndolo, pero el remedio más usado era comer el estiércol humano. De la picadura de alacranes sanaban quemando el lugar picado. Otros animales dañinos eran las hormigas arrieras, que en poco tiempo terminaban con las hojas de plantas y árboles. (Arregui, Domingo, 1984; 17-26)

Los indígenas de la región de la Nueva Galicia en su forma de vestir fueron descritos por Domingo Lázaro de Arregui, de la siguiente manera:


…Generalmente son de mediana estatura, morenos, a manera de gitanos y muy lampilos /…/ Son todos gente humilde y de poco ánimo y por extremo tímidos /…/ En el vestido como en todo lo demás, se parecen mucho los indios los unos a otros, y el que usan los de este reino es al modo de los de la Nueva España y el de las indias se diferencia solo en que los güipiles que allá traen son largos, acá son tan cortos que apenas pasan de la cintura y se llaman jolotones y son a modo de un costal cuadrado con un agujero grande por donde sacan la cabeza, y dos por donde sacan los brazos holgadamente, por donde medio tapan de la cintura arriba sin otra cosa que sirva de camisa ni otra cosa de vestido. Y las naguas que sirven de mantillas o saya que son como otro costal más ancho y largo que reburujado o fajado por la cintura, les sube hasta los pies /…/ Los cabellos se atan con cintas de algodón y lana donde la hay. Son naturalmente poco limpias y por maravilla barren sus casas. (De Arregui, Domingo, 1984; 1819)

Era costumbre entre los indígenas que un hombre tuviese varias mujeres por esposas, así que los frailes pasaron por muchas dificultades para convencerlos de que tomaran sólo una mujer para su matrimonio, conforme con los sagrados cánones de la iglesia cristiana.

Antecedentes históricos de Santa Anita

1ª FUNDACIÓN: ATLIXTAC

Durante la conquista española en tierras de la Nueva Galicia, los frailes franciscanos llegaron a Tonalán en el año de 1530. Ayudados y protegidos por los soldados españoles se dedicaron en un primer momento a conocer el territorio, a acercarse a los indígenas y a aprender su lengua. Sin violencia pero con esmero, los frailes introdujeron paulatinamente la lengua española y la religión cristiana entre los naturales de la región.
En 1531 formaron grupos de colaboradores entre los indígenas para dirigirlos en la construcción del primer convento establecido en Tetlán, del que fue guardián fray Antonio de Segovia. Desde ese lugar, que fue tomado como centro de sus actividades de apostolado y catequización, Fray Juan de Padilla, fray Juan Badillo, el lego fray Andrés de Córdova y el venerable padre Segovia, salían a enseñar y a predicar la religión cristiana a los indios: Tlaxomulco, Tonalán, Atemaxac, Tequisistlán, Ichzatlán, Tzalatitlán, San Andrés, San Pedro, San Martín, San Gaspar, Huentitlán, Santa Cruz (de los monos), Tzoquipan, Ocotlán, (S. J.n) Zapopa, Xocotlán, Xonacatlán. (Palacio, Fray Luis, 1988; 46-47).
A la llegada de los frailes franciscanos a esta región, ya había sido fundado en las inmediaciones de la Hacienda la Calerilla, el pequeño poblado de Atlixtac, que en lengua náhuatl significa “agua blanca” (atl = agua, ixtac = blanca) El año en que lo fundaron un pequeño clan de familias de la tribu coca, descendientes de lo tlaxomulcas se desconoce a ciencia cierta, sin embargo el presbítero Sergio Macías Robledo señala que:

Los cimientos históricos del pueblo de Santa Anita se enclavaban al inicio del siglo XVI. Año 1500. Tonalá es un importante reino indígena en la región.
Varias familias de la tribu Coca se desprenden de Tonalá y fundan Tlajomulco; para 1519 ya habían consolidado un señorío dentro del cual fundaron otros pueblos como Atliztac, hoy Santa Anita (Macías Robledo, Sergio, 2000; 1)

Los indios cocas se establecieron en una amplia porción territorial, a la que después de la llegada de los españoles se le denominó Nueva Galicia. La lengua coca dominaba en los poblados que ya evangelizados, eran conocidos como: Tlajomulco, Santa Cruz de las Flores, Atlixtac, Toluquilla, San Sebastián, y Santa María Tequepexpan, entre otros.



La acepción coca se deriva del gentilicio cócatl, cuyo origen proviene del náhuatl cocan, que en castellano significa: donde abundan las ollas. (Ramírez, José, 1980; 21-22)
No ha sido posible encontrar una toponimia del Atlixtac prehispánico, de aquel clan de antepasados del pueblo de Santa Anita. Podría citarse un antecedente que tiene semejanza con el nombre y que aparece en el Códice Azoyú del Reino de Tlachinollan, poblado indígena que habitaba en el actual Estado de Guerrero, en donde hubo de 1300 a 1565 un pueblo de la comarca de Tlapa llamado Atliztacan, que tenía un glifo toponímico llamado Atliztaca, cuyo significado era Lugar de la blancura del agua. (Vega, Constanza, 1993; 25)
La anterior sería una referencia de un nombre prehispánico parecido al de esta población, y tal vez podría aplicarse la misma toponimia del Atliztacan de Tlachinollan, al Atlixtac (Agua Blanca) perteneciente a la jurisdicción de Tlaxomulco, en el antiguo Reino de la Nueva Galicia. La figura que identifica a esta toponimia, es la siguiente:






Toponimia de Atliztaca. Lugar de la blancura del agua

Introducción.

Por el esplendor barroco que se manifiesta en la fachada del santuario dedicado a la advocación de la Virgen de Santa Anita, esta población ha sido llamado Ciudad de Plata. El mapa siguiente así la menciona, aún con su antiguo nombre mestizo de Santa Anita Atlixtac.

El mapa México del Oeste, Mapas, Lagos Azules y Ciudades de Plata, evidencia que es escaso el número de poblaciones que han recibido el nombre de Ciudad de Plata, nombre privilegiado al que pocas ciudades del Oeste Colonial de México les fue otorgado.






Mapa México del Oeste. Lagos azules y ciudades de plata.

El Pueblo de Santa Anita

La población de Santa Anita, municipio de Tlaquepaque, en el Estado de Jalisco, es un territorio altamente productivo, principalmente en la agricultura y en la venta de pasto. La constante actividad comercial y de servicios que ofrece atrae a numerosos visitantes, quienes de regreso a su lugar de origen se llevan la grata impresión de haber estado en un pueblo hospitalario y gentil.
Es también un lugar de arraigadas tradiciones religiosas que ya forman parte del folclor local, entre ellas pueden citarse la Fiesta Patronal de Nuestra Señora de Santa Anita, el aniversario de la Coronación Pontificia de la Santísima Virgen, la fiesta de la Virgen de Guadalupe y el Novenario de Nuestro Padre San Francisco.








Ubicación geográfica